A todos nos gustaría conseguir aquello que deseamos en el momento en el que lo deseamos. Que sucedan las cosas que queremos tal y como nos imaginamos que tienen que ser. A esto se llama “Expectativa”. Y esto se aleja bastante de la realidad.
En la vida nos podemos encontrar de todo. Todos experimentamos diversas situaciones que nos gustan más o menos. Y más bien, sentimos bastante frustración cuando no ocurren las cosas como nosotros queremos que sucedan. De hecho, esto ocurre para que podamos aprender algo que nos toca en esa etapa y consigamos trascendernos a nosotros mismos. Y esto nos pica y mucho.
Cuando pasamos por una situación complicada, inesperada, o que dura “demasiado” en el tiempo, no vemos una explicación posible. Sobre todo, cuando intentamos ver el lado positivo y recordamos esa frase que dice:
“Después de una mala racha, viene una buena”
Y resulta que lo que viene detrás es otra racha peor que la anterior. Y así sucesivamente en el tiempo. A mí me pasó en mi infancia.
Algo que he aprendido después de tanta experiencia frustrante y de momentos “negativos” es que son oportunidades que brinda la vida para superarme. Pero claro, te reconozco que mientras lo vivía, no veía la luz al final del túnel. Y sin embargo, mis padres me inculcaron el valor de la esperanza. Y a ella me aferraba con fuerza.
Con los adolescentes ocurre esto y de manera constante durante varios años. Lo malo es que ellos no saben lo que les ocurre y los padres, madres y demás, nos sentimos perdidos en el día a día, sin saber cómo afrontar esas situaciones complicadas y nos solemos dejar llevar por nuestras propias emociones. Reaccionamos antes que responder de una manera más madura y adulta, como en principio, sería lo ideal.
Ahora me gustaría invitarte a que hagas un viaje a tu propia adolescencia. Cierra los ojos un instante, si quieres y vuelve a tu vida de adolescente. ¿Recuerdas alguna situación que viviste entonces en la que hayas experimentado frustración? Un momento en el que había algo que deseabas y no sucedió, o no fue tal como esperabas. ¿Qué te hubiera gustado conseguir en esos momentos?
Tanto si tienes hijos adolescentes, como si tratas con ellos habitualmente, habrás visto momentos en los que ellos esperaban conseguir alguna cosa y no ha sido así. Te pongo varios ejemplos (si se te ocurre algún otro ejemplo, puedes escribirlo abajo en los comentarios) Estudian mucho y justo ese día no les preguntan en clase, o no les sacan a la pizarra. Tienen un examen que les ha salido genial y obtienen una nota inferior a la que creían merecer. Les gusta una chica o chico y se lo lleva otra persona. Quieren que les compres algo muy caro que no puedes permitirte. Han quedado con amigos para salir y llegar demasiado tarde para lo que tú estimas…
¿Te has parado a pensar en cuánto sufres por tus propias expectativas? ¿Te puedes hacer una idea de lo que sufren tus adolescentes por sus expectativas?
Hace unos días mis hijos recibieron el boletín de notas. Las finales. Llevo tiempo procurando explicarles que esas notas que saquen (no me meto a enjuiciar si son buenas o malas) no les definen. Que ellos no son esas notas. Que las calificaciones que aparecen en ese papel se las han dado otras personas en base al trabajo que ellos han realizado, sí, pero además, en base a las creencias, juicios y opiniones subjetivas de esas personas.
Y no es fácil llegar a entender esto. Lo sé. Porque para los niños y chavales, las notas son muy importantes. Más en los últimos cursos escolares, donde ya cuenta para la media que les sirva a la hora de optar por realizar unos estudios u otros.
El tema es que a veces los chavales esperan sacar una nota determinada y luego obtienen otra, por lo general, percibida como inferior al esfuerzo realizado. Y es una de las mayores frustraciones que pueden experimentar, ya que afecta y merma su autoestima, su motivación.
¡Qué difícil es en esos casos ser objetivo y no caer en la necesidad de buscar un culpable!
Me gustaría compartiros un cuento que leí hace unos años y que tiene que ver con la frustración, la paciencia, la perseverancia y las expectativas. Se trata de la fábula del “Helecho y el Bambú”. Os lo dejo aquí debajo:
La fábula del helecho y el bambú nos habla de un hombre que pasaba por una mala racha. Él era carpintero y le iba muy bien. Todo comenzó cuando a su poblado llegó una gran empresa que fabricaba muebles. Tenían mucho dinero, excelente maquinaria y bastante personal. Pronto se convirtieron en una verdadera sensación en el lugar.
La fábrica hacía los muebles en tiempo récord. También los elaboraba con muy buena calidad. Por si fuera poco, los vendía a precios más bajos que el carpintero. Las cosas empezaron a ser cada vez peores para él. En apenas un par de meses ya sabía que iba rumbo a la quiebra. Esto lo angustió.
Para colmo de males también comenzó a tener dificultades con su esposa. Ella era maestra de escuela y su salario no alcanzaba para sostener a los tres chicos que tenían. El carpintero intentó buscar un nuevo trabajo, pero no lo conseguía. Su esposa lo recriminaba y esto al final también afectó a los niños, que comenzaron a tener problemas con sus calificaciones en los estudios.
El carpintero de nuestra historia estaba verdaderamente desesperado. Cada vez tenía menos dinero. También menos energía y menos optimismo. Su mente comenzó a cerrarse. No veía una salida. Lo único que se le ocurrió un día fue ir a dar un paseo por un bosque cercano, para tratar de poner en orden sus ideas. Estaba a punto de conocer los secretos del helecho y el bambú.
Había caminado una media hora por el bosque, cuando se encontró con un anciano amable que lo saludó. Tenía una casa humilde y al ver al carpintero lo invitó a pasar para que tomaran un té. Notó la preocupación en su semblante y le preguntó qué le pasaba. El carpintero le relató sus desventuras, mientras el anciano lo escuchaba atenta y serenamente.
Cuando terminaron de tomar el té, el anciano invitó al carpintero para que fuera a un esplendoroso solar que había en la parte trasera de la casa. Allí estaban el helecho y el bambú, al lado de decenas de árboles. El anciano le pidió que observara ambas plantas y le dijo que tenía que contarle una historia.
El carpintero estaba muy interesado en lo que el anciano tenía para decirle. Este último comenzó la narración. Esto dijo: “Hace ocho años tomé unas semillas y planté el helecho y el bambú al mismo tiempo. Quería que ambas plantas crecieran en mi jardín, porque las dos me resultan muy reconfortantes. Puse todo mi empeño en cuidarlas a ambas como si fueran un tesoro”.
“Poco tiempo después noté que el helecho y el bambú respondían de manera diferente a mis cuidados. El helecho comenzó a brotar y en apenas unos meses se convirtió en una majestuosa planta que lo adornaba todo con su presencia. El bambú, en cambio, seguía debajo de la tierra, sin dar muestras de vida”.
El anciano continuó con su historia, mientras el carpintero lo escuchaba con mucho interés. “Pasó todo un año y el helecho seguía creciendo, pero el bambú no. Sin embargo, no me di por vencido. Seguí cuidándolo con mayor esmero. Aun así, pasó otro año y mi trabajo no daba frutos. El bambú se negaba a manifestarse”.
Prosiguió el anciano diciendo: “Tampoco me di por vencido después del segundo año, ni del tercero, ni del cuarto. Cuando pasaron cinco años, por fin vi que un día salía de la tierra una tímida ramita. Al día siguiente estaba mucho más grande. En pocos meses creció sin parar y se convirtió en un portentoso bambú de más de 10 metros ¿Sabes por qué tardó tanto tiempo en salir a la luz?”.
El carpintero pensó un momento, pero no supo qué decir. El anciano volvió a tomar la palabra y le dijo: “Tardó cinco años porque durante todo ese tiempo la planta trabajaba en echar raíces. Sabía que tenía que crecer muy alto y por eso no podía salir a la luz hasta tanto no tuviera una base firme que le permitiera elevarse satisfactoriamente. ¿Comprendes?”
El carpintero entendió el mensaje. Comprendió que a veces las cosas demoran, porque están echando raíces. Que lo importante es persistir y no perder la fe. Antes de despedirse, el anciano le regaló al carpintero un mensaje, para que lo guardara por siempre. Decía así: “La felicidad te mantiene dulce. Los intentos te mantienen fuerte. Las penas te mantienen humano. Las caídas te mantienen humilde. El éxito te mantiene brillante”…
Mi experiencia después de este curso escolar en relación al tema del que te he hablado en este artículo, es que a veces, la vida te sorprende hacia arriba. Y me refiero a que este año las notas de mis hijos se han salido por arriba. Los padres y madres más o menos conocemos a nuestros hijos y las notas que traen suelen ser parecidas a lo largo del curso escolar.
Pues este año mis hijos se han salido del mapa. Han superado expectativas. Han obtenido los mejores resultados de la familia, por ambas partes. Y aun así, ellos saben que esas notas no les definen como personas. No obstante, se merecen lo mejor y así será.
Magnifico articulo Reyes!! Mi experiencia también me dice que en ocasiones somos los propios padres los que hacemos que se sientan desmotivados de sus estudios o que se sientan fracasados antes sus notas. A veces es necesario hacer un ejercicio de introspección y ver qué es lo que proyectamos realmente en nuestros hijos e hijas.
Un saludo,
Carmen
Así es Carmen, y lo hacemos sin darnos cuenta, de manera inconsciente. Te aseguro que el primer paso es cuidarnos y atendernos a nosotros, padres y madres, sanando nuestras heridas internas. Y desde ahí, todo va a mejor, aunque lleve el tiempo que sea necesario (que a veces no es lo rápido que nos gustaría). Cuidar nuestra autoestima, gestionar nuestras emociones y atender nuestro lenguaje, son pilares esenciales. Gracias por tu comentario. Un abrazo.
Me viene genial tu artículo, llega justo en el momento en que necesitaba leer algo así.
Maravillosa fábula la del Helecho y el Bambú.
Gracias Reyes
Muchas gracias, Gemma. Las cosas nos llegan en el momento perfecto, ni antes ni después. Me alegro te haya servido mi artículo. Un abrazo!